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A estas alturas, ya nadie recuerda cuando llegó.
De hecho, ni siquiera se le vio llegar. No hubo ningún movimiento desacostumbrado en el vecindario. No se oyó ruido de mudanza. Nadie fue capaz de percibir el menor signo que delatase el traslado. Una noche, según se dijo entonces, se presentó en casa del administrador con unos papeles que demostraban su identidad como inquilino del ático.
Eso fue todo.
Desde entonces vive ahí arriba, encerrado.
Por el día no sale. Nadie le ha visto afuera, en la calle. Tampoco hace ruido, lo que es de agradecer en una comunidad tranquila como la nuestra.
El día primero de cada mes, al anochecer, baja silenciosamente al entresuelo, donde vive el administrador, y abona los gastos correspondientes. Si se cruza con alguien en la escalera, saluda con aparente amabilidad, pero sin efusión alguna. No entabla conversaciones. No mira de frente.
Los que le han visto, aseguran que parece desaseado y hosco. Desde su llegada, se ha especulado mucho sobre él. Su identidad, su ocupación, el encierro voluntario a que se somete, son cosas que nos preocupan y de las que a menudo hemos hablado en voz baja. La falta de una mujer en la casa, la incomunicación, nos hacen sospechar que se trata de un joven amargado por algún desventurado lance amoroso.
Sin embargo, hay cuestiones que no somos capaces de explicarnos y que nos tienen desconcertados: ¿Quién limpia la casa? ¿Quién se ocupa de hacer la compra? ¿Quién cocina para él? ¿Acaso es uno de esos jóvenes modernos, autosuficientes, que son capaces de cuidar de sí mismos? Pero en ese caso, ¿por qué nadie le ha visto en el supermercado, o en la frutería? ¿Cómo es que no se ha cruzado con algún vecino en el trayecto hacia la tienda de periódicos? ¿Quizá no desea ser visto y sale con sigilo evitando las miradas indiscretas? ¿Tal vez recibe visitas que se nos escapan?
Según la versión de algunas vecinas, es joven y, en cierto modo, algo atractivo. Sin embargo, no hay constancia de que haya sido visitado por ninguna muchacha en todo este tiempo. Tampoco recibe correspondencia, a juzgar por los comentarios que se escuchan en el patio.
Lo cierto es que, a pesar de que no molesta en absoluto, su presencia resulta un tanto inquietante. No se ha integrado en la comunidad y eso no deja de resultar, cuando menos, algo irritante. Nada sabemos de su vida ni parece que esto haya de cambiar en el futuro. Con el tiempo, no obstante, hemos ido acostumbrándonos a su presencia, que ahora apenas percibimos.